miércoles, 28 de noviembre de 2007

Contrariedad racional.

Etam Khalab no supo cuándo ni cómo sucedió. Al abrir los ojos un polvo espeso y picante le obligó a cerrarlos de nuevo, y comenzó a sofocarse igual que un pez fuera del agua. Trató de incorporarse, pero aparte que las articulaciones no le respondieron, algo se lo impidió. Estaba oscuro y sonaban atroces chirridos de la construcción recién desplomada.

No recordaba qué hacía ahí y tampoco cómo había llegado. De súbito, dos posibilidades irrumpieron en su cabeza. La primera, una incursión emboscada de los turcos; la segunda, un fuerte temblor sísmico.
Aguzó el oído y detectó un silencio abrumador. Por lo cual, a continuación, descartó la idea del ataque. Ya que de producirse habría habido un rechazo posterior y con toda seguridad en ese instante, podría oir las bombas y el tableteo de las ametralladoras; nada de eso sucedía. Luego era un terremoto. Un fuerte temblor lo había sorprendido mientras dormía, meditó. Por lo tanto era de noche. Pero ¿qué hora...?

Si eran más de medianoche, probablemente, los equipos de salvamento no acudirían hasta el amanecer. Y además ¿quien estaría dispuesto a ayudar a un poblado kurdo olvidado? se preguntó, si medio mundo los odiaba. Desde luego sus vecinos turcos no harían gran cosa, en cuanto a sus conciudadanos, chiitas y suníes, menos aún. ¿Y qué de los americanos? A aquellos lo único que les interesaba, era mantener salvaguardados sus recién conquistados pozos. Luego quedaban la Media Luna Roja, la Cruz Roja, y las ONG. Había esperanzas, reflexionó más animado.
Claro que él habitaba el edificio más grande de la población, una construcción de cuatro pisos, recordó con aprensión. Y más cuando a su mente acudió un pensamiento; vivía en el bajo. Lo cual significaba que estaba enterrado bajo cuatro plantas de escombros. "Tranquilidad", se rogó a sí mismo. Trató de inspirar aire y su cuerpo entero se estremeció. Sólo entonces f
ue consciente, se hallaba anegado en un sudor pegajoso. ¿Y aquel castañeteo? Eran... ¡sus mandíbulas al entrechocar! ¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Sentía frío, calor, tenía miedo? Debía de hacer un esfuerzo y controlarse, nada estaba perdido. Los perros hallarían el rastro. Gritaría, lo oirían y acudirían.
De súbito, como una fuente de murmullos inconexos, oyó ruidos a lo lejos. Hombres... ¡Había hombres batiendo fuera! Sí... Volvería a ver de nuevo el sol, el cielo azul, el amanecer y también a su… ¿Y dónde estaba Melina? Atormentado por un ataque de angustia gritó pero su faringe no profirió sonido alguno. Con dificultad movió una mano la dirigió a su garganta y halló un objeto; había una forma inserta en la tráquea. Palpó... tiró y lo desprendió y al tantear su textura supo que se trataba de una lámina de vidrio. Entonces sintió el flujo de sangre manar a borbotones. Y, asimismo, pudo apreciar la entidad del objeto pesado que le impedía moverse. Era el cuerpo de... ¡Melina! recostado sobre el suyo. Y advirtió con horror que ella ya no estaba más, pues había dejado de sentir para siempre…

Ocurrió de súbito. Etam Khalab cesó de tener miedo, dejó de sentirse atormentado y se sintió confortado, fortalecido en su cálida sangre. Su mujer estaba allí, con él; luego, no había de qué preocuparse. Juntos vivieron y así, muy unidos, morirían. Pasó una mano sobre la nuca de su amor y a la vez que la acariciaba, realizó un esfuerzo buscó sus labios y los besó con dulzura...

José Fernández del Vallado. Josef. 17 Marzo 2007